Aprender en libertad

Por Carlos Fresneda
Estoy en Sudbury Valley School, a un tiro de piedra de Boston, EEUU. Niños de todas las edades campan a sus anchas por los prados. No hay prisa para entrar en clase, porque no hay clases propiamente dichas, sino «habitaciones» donde los 160 chavales podrán adentrarse cuando y como quieran en la música, el arte, la ciencia o la informática. No hay horarios rígidos, ni programas estrictos, pero da la impresión de que todos saben qué hacer. Los diez «tutores» están siempre disponibles, aunque dejan que sean los niños quienes marquen la pauta. Unos ensayan una obra teatral, otros se encierran en el laboratorio de fotografía, otros se sientan ante el ordenador, otros se ponen el delantal y cocinan espaguetis para la «gran familia».Una vez por semana, grandes y pequeños se ven las caras y votan a mano alzada en la Reunión Escolar, donde se decide hasta el último detalle de la vida en Sudbury. Los padres pueden participar también en la Asamblea, el máximo órgano legislativo. Todos los días, el comité judicial examina las pequeñas incidencias y trata de mediar en los conflictos que van surgiendo. Los niños aprenden sobre la marcha que libertad y responsabilidad son dos caras de la misma moneda. Y mientras tanto, sin presiones, sin calificaciones, sin exámenes, los estudiantes pueden también elegir entre los cientos de libros que pueblan las paredes de la escuela. En todos ellos está escrito con tinta invisible la máxima griega «Conócete a ti mismo».
«Cuando empezamos, en 1968, hubo gente que nos decía que esto era un idea utópica, que los niños se estrellarían contra la realidad», recuerda Mimsy Sadofsky, una de las pioneras de Sudbury Valley. «Pero la verdad es que la vida aquí se parece mucho más a la realidad exterior que en la mayoría de las escuelas, donde se habla de democracia pero casi nunca se practica. Nosotros confiamos en los niños, les permitimos que tomen decisiones y asuman la responsabilidad de su propia educación», añade.
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